Ya sabéis, l@s que me conocéis que me suelo codear
con lo mejorcito de nuestra sociedad, l@s niñ@s. Cuando me contaron de la
existencia de este experimento, no dudé que algún día os lo explicaría en mi
blog, y ese día es hoy: el test del malvavisco.
Seguro que much@s ya lo conocíais, pues tiene su
origen incluso antes de que yo naciera, concretamente a finales de los 60,
principios de los 70. Fue dirigido por Walter Mischel, psicólogo y profesor de
la Universidad de Standford; de hecho se le conoce también como la prueba del
malvavisco de Standford.
A estas alturas, aclaro qué es un malvavisco, puesto que para mí la palabra era desconocida. Viene a ser una nube, típica chuche blandita y bien azucarada, esponjosa, que por lo menos a mí, me encanta su textura dentro, en mi boca. Dicha chuche, apetitosa donde las haya, atrayente a los ojos y enloquecedora de las glándulas salivales de cualquier infante, se coloca encima de un platito, encima de una mesa, delante de un niño/niña sentad@ en una silla justo en frente.
Imaginaros la estampa, cual perro salivando con ojos como platos, esperando la monserga que la va a contar el investigador inmediatamente después: “Ahora tengo que salir. Vuelvo en 15 minutos. Si cuando vuelva, no has probado el malvavisco, tendrás dos malvaviscos”. Y en esta condición entra en acción la gratificación retrasada o aplazada.
Antes de adentrarme en el tema, quisiera compartir con vosotr@s este video de Tedtalk sobre ello, por si aún no os ha quedado claro el quid de la cuestión.
A estas alturas, aclaro qué es un malvavisco, puesto que para mí la palabra era desconocida. Viene a ser una nube, típica chuche blandita y bien azucarada, esponjosa, que por lo menos a mí, me encanta su textura dentro, en mi boca. Dicha chuche, apetitosa donde las haya, atrayente a los ojos y enloquecedora de las glándulas salivales de cualquier infante, se coloca encima de un platito, encima de una mesa, delante de un niño/niña sentad@ en una silla justo en frente.
Imaginaros la estampa, cual perro salivando con ojos como platos, esperando la monserga que la va a contar el investigador inmediatamente después: “Ahora tengo que salir. Vuelvo en 15 minutos. Si cuando vuelva, no has probado el malvavisco, tendrás dos malvaviscos”. Y en esta condición entra en acción la gratificación retrasada o aplazada.
Antes de adentrarme en el tema, quisiera compartir con vosotr@s este video de Tedtalk sobre ello, por si aún no os ha quedado claro el quid de la cuestión.
Pues bien, ya sabéis lo que se quiso demostrar
con este experimento y estudios posteriores. Los niños y niñas que eran capaces
de esperar más por el premio, obtenían mejores resultados en su vida en
diversos aspectos.
Estudios de seguimiento 20 años más tarde, demostraban que los que habían sabido esperar y no habían comido el malvavisco antes de los 15 minutos, habían sido más exitoso en su vida, no sólo profesional sino también personal, en aspectos muy diversos. Es decir, que había evidencias en cuanto a la relación del resultado de la prueba del malvavisco y el éxito o no, más tarde en la vida, de esos niños y niñas.
Pero, ¿de qué porcentajes de niños estamos hablando? 2 de cada 3 niños no fueron capaces de esperar el tiempo suficiente para alcanzar su meta.
Estudios de seguimiento 20 años más tarde, demostraban que los que habían sabido esperar y no habían comido el malvavisco antes de los 15 minutos, habían sido más exitoso en su vida, no sólo profesional sino también personal, en aspectos muy diversos. Es decir, que había evidencias en cuanto a la relación del resultado de la prueba del malvavisco y el éxito o no, más tarde en la vida, de esos niños y niñas.
Pero, ¿de qué porcentajes de niños estamos hablando? 2 de cada 3 niños no fueron capaces de esperar el tiempo suficiente para alcanzar su meta.
Hablemos de ese 1 y de la gratificación
aplazada. ¿Qué estaba poniendo a prueba Mischel en este experimento? La
capacidad de autocontrol de los niños, sin duda. Soy capaz de resistir la
tentación de una recompensa inmediata, a cambio de una recompensa mejor, pero
posterior. Aquí entran en juego: la paciencia, el control de impulsos, el
autocontrol, el poder de voluntad, autorregulación. Esta última, incluye
la capacidad de una persona para adaptarse como sea necesario y satisfacer las
demandas del entorno.
Este experimento puede extrapolarse a la vida de los
adultos, concretamente a la vida profesional. Nosotros, por ejemplo dueños de
una empresa o negocio, ¿somos capaces de esperar el tiempo suficiente para que
nuestro negocio crezca y obtener así los beneficios deseados? ¿Damos tiempo a
que llegue el éxito? O, ¿la avaricia rompe el saco? Impulsivos, no controlamos
sentimientos, deseos. ¿Nos puede la inmediatez? O, siendo pacientes, perseverantes,
¿somos por fin exitosos? No hace falta que tengamos un negocio. Yo, como
persona, ¿doy tiempo a crecer y fortalecer mis virtudes reforzadas por mis
vivencias? ¿O lo quiero todo ya?
Nos cuesta ver que lo que hacemos hoy, no es sólo vivirlo y ya está, igual es una inversión de cara a un futuro no muy lejano. Puede que momentos difíciles ahora, sean el preludio de algo positivo después. Me quedo con esto último. Porque, apoyando nuestro refranero, de esperanza e ilusión también se vive, esperando la ocasión con empeño, firmeza y tesón.
Nos cuesta ver que lo que hacemos hoy, no es sólo vivirlo y ya está, igual es una inversión de cara a un futuro no muy lejano. Puede que momentos difíciles ahora, sean el preludio de algo positivo después. Me quedo con esto último. Porque, apoyando nuestro refranero, de esperanza e ilusión también se vive, esperando la ocasión con empeño, firmeza y tesón.
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